Café cósmico, taza nº 43 | Características de las estrellas
Uno de los estoicismos más básicos tiene que ver con no apegarse demasiado a las cosas materiales. En su Encheiridion, Epicteto nos recuerda regularmente que poner todos los huevos de la felicidad en la cesta de las cosas materiales es un negocio arriesgado, un negocio que él desaconseja encarecidamente. Todos mis alumnos saben que no deben amar las cosas materiales -lo dijo Jesús, lo dijo Sócrates, lo dijo Gandhi y lo dijo su abuela-, pero vivimos en un mundo en el que este “tópico” es extraordinariamente difícil de cumplir. Aunque una de las preocupaciones típicas sobre las cosas materiales es que tienden a corromper el alma o a desviar la atención de las cosas eternas, al más puro estilo estoico la advertencia de Epicteto es más práctica. No tiene sentido apegarse demasiado a algo que no está bajo nuestro control, y a pesar de nuestros esfuerzos, las cosas materiales no están bajo nuestro control. Sólo hay que preguntar al millonario cuyas posesiones, cuidadosamente seleccionadas y acumuladas, acaban de ser arrasadas por un tornado o un incendio forestal. Necesitamos las cosas materiales para sobrevivir, pero no deberíamos intentar construir la felicidad sobre esos cimientos. Pues bien, ¡dígalo!
Café cósmico, taza nº 6 | Potencias de 10
En un sistema cerrado, como el universo, la entropía sólo puede permanecer igual o aumentar con el tiempo. Y, sin embargo, vemos surgir una rica complejidad, tanto aquí en la Tierra (¡incluida la propia vida!) como en todo el cosmos. ¿Cómo surge este orden aparente en un sistema con una entropía creciente? La respuesta está en el café de la mañana.
El año pasado asistí a una encantadora conferencia pública del físico Sean Carroll, basada en su reciente libro The Big Picture. En la conferencia (y en el libro) plantea la siguiente pregunta, reformulada a mi manera:
Un sistema cerrado es aquel en el que no se puede añadir ni quitar energía. En un sistema cerrado, la entropía total sólo puede permanecer igual o aumentar. Este principio se conoce como la Segunda Ley de la Termodinámica y constituye la base de nuestra comprensión de la física y del funcionamiento del universo. Es tan incontrovertible e inatacable como las leyes físicas pueden ser.
Una criatura como tú es un sistema altamente ordenado, complejo e intrincado. Su entropía es baja. Y sin embargo, surgiste en un universo que es un sistema cerrado. Hay una aparente contradicción en juego. Entonces, ¿cuál es la resolución?
Café cósmico, taza nº 34 | Expandiendo nuestro universo
El universo es difícil de explicar, porque hay muchas partes en movimiento y muchos niveles, probablemente infinitos en ambos casos. Unificar estas partes es un objetivo preciado de la física, pero hasta ahora el éxito ha eludido incluso a los investigadores más brillantes. El ciudadano medio puede interesarse de vez en cuando por las últimas teorías sobre el cosmos, pero creemos que el misterio del universo se enfrenta a todos a diario, al igual que la solución del misterio.
El enigma cósmico es fácil de enunciar: ¿El universo está completo? ¿Funcionan todas sus partes juntas, y si es así, cómo? Está claro que el universo no es una máquina, porque las máquinas se ensamblan a partir de piezas mecánicas con conexiones visibles, como los engranajes de la transmisión de un coche. Pero el universo tiene una característica peculiar. Las piezas móviles, es decir, cualquier objeto físico, ya sea tan grande como una galaxia o tan diminuto como un átomo, dependen de las probabilidades para mostrarnos sus propiedades, y éstas se desvanecen de repente en el nivel cuántico. Incluso los objetos grandes, o macroscópicos, muestran un comportamiento cuántico. Para que quede claro, las partículas subatómicas no tienen una identidad estable. Entran y salen de un estado, siguiendo ondas de probabilidad invisibles. La misma peculiaridad es válida para los demás ingredientes básicos de lo que llamamos realidad cotidiana: el tiempo, el espacio y la energía. Todos tienen una fuente invisible más allá de lo físico, aunque los experimentemos en el mundo físico.
El universo en una taza de café
Ese rico aroma a café surge del vapor porque el tueste de los granos de café convierte el ácido clorogénico amargo en un conjunto diverso de compuestos. Algunos olores son esperables -afrutados, especiados, terrosos, vainilla-, pero hay algunas sorpresas (¿col?). Y al añadir un chorrito de leche o una pizca de azúcar, se desencadena una cadena de reacciones físicas. La convección hace que la leche fría se hunda, mientras que las interacciones entre las moléculas de leche y café crean los remolinos lácteos. El movimiento browniano también mezclará espontáneamente el café con el tiempo, sin necesidad de un agitador.